jueves, 4 de septiembre de 2008

“Muchos llegamos a la traducción por azar de la vida…”



Esas palabras dichas por un colega hace muchos años me hicieron reflexionar sobre algo en lo cual nunca había reparado. Al principio me estremeció tal afirmación, creí que estaba haciendo algo que no me gustaba y que solo me importaban los ingresos –aunque en muchos lugares un traductor aún no puede vivir con tales ingresos. Pensé que el estar desmadejando ideas y tratando de entender lo que ya alguien había dicho, con todos sus tecnicismos y laberintos para confundir con tantos conocimientos, era no más que una diversión.

En realidad nunca por mi mente pasó ser traductor ni mucho menos estudiar idiomas -aún ningún niño sueña con ser traductor. Creo que a muchos de mis colegas les sucedió igual: en muchos casos al no poder alcanzar la carrera deseada se fueron por una segunda o tercera opción aunque no fuera lo que más le gustara.

Al iniciar mis estudios superiores en el pedagógico de Guantánamo noté cómo me fue envolviendo el conocimiento sobre otras culturas, la ampliación de mis horizontes profesionales, descubrí el amor por la enseñanza y el sabor de escudriñar profundo en las entrañas de mi lengua materna. Todo ello me llevó a la mística que hay dentro del “transpensar” –como sabiamente le llamaría José Martí a ese proceso– que se enrola en un texto para traducir.

Guiado por los deseos del saber, ingreso en la Universidad de Oriente en la carrera Lengua Inglesa. En el año 1996, 17 estudiantes saboreábamos el triunfo plegado con el sacrificio de una de las etapas más duras que ha vivido la sociedad cubana, eufemísticamente conocida como Período Especial.

Firme en la noble labor que nos legara San Jerónimo y por momentos tentado por la reorientación, al sentir el mordaz anonimato que danza al compás de este milenario arte, creo más en la posibilidad de que sea por un destino que llevamos algunas almas que al azar de la vida, la forma en que llegamos a esta profesión. Puede ser que al principio no la reconozcamos porque viene disfrazada y confunde al coquetear con muchas artes y ciencias pero les aseguro que siempre fue lo que deseamos hacer.

¿Comer o no comer? Esa es la cuestión (Traducción)



Al llegar a los últimos años de la carrera, la mayoría de los estudiantes, una que otra vez, habíamos experimentado lo que es segregar adrenalina ante un auditorio que espera por ti para llevarse el mensaje del orador. Esa era la interpretación o traducción oral.

Cuando uno se paraba ante el público, le venían a la mente todos los consejos y experiencias transmitidas por los profesores durante los años de estudio, pero ya era tarde, porque entraba a jugar el tiempo de respuesta, la comprensión del discurso, la selección de las palabras exactas, la proyección de la voz y tantos otros detalles que, al darte cuenta, ya el ponente había dicho las primeras oraciones y solo quedaba hacer la clásica petición entre risas nerviosas: “Sorry, could you, please, repit that again”.

Muchos hemos repetido esa frase durante años y en diversas situaciones. Pero al pasar el tiempo, el intérprete llega a dominar su arte con impresionante maestría. No todo se enseña en el salón de clases, ya que son experiencias que solo se aprenden viviéndolas.

Recuerdo, hace algunos años, en un almuerzo de negocios, las partes llegaron, se saludaron, intercambiaron tarjetas de presentación y se sentaron a la mesa. Era una mesa para ocho personas, yo quedé ubicado en el medio. La vajilla estaba impecablemente organizada y limpia, había un cubierto para cada plato (algo a lo cual no estamos acostumbrados en Cuba). La música instrumental se esparcía como la brisa en un atardecer. Las camareras parecían diosas sacadas de cualquier leyenda griega.

En un agradable ambiente comenzaron las negociaciones. Preguntas, respuestas, cifras, posiciones geográficas, políticas de mercado ¡un trago de agua! y referencias, informes, dudas, propuestas. Así fue todo el inicio, casi una hora, pero llegó el momento de comer y en segundos me encontraba frente a una mesa cargada de carnes, frutas, arroces, ensaladas y la gran pregunta: ¿Cómo debo comer y al mismo tiempo interpretar? Si no como puede parecer de mal gusto. Hablar con la boca llena es también de mal gusto. Y entonces, ¿cómo resolver el problema?

Ello en ocasiones lo había hablado con mi amigo, el intérprete Juan Carlos Saladré, también con el ya fallecido traductor y mentor de muchos traductores, Armando Morgan, y siempre llegábamos a la misma conclusión: no comer y solo beber líquidos.

Sin embargo, soy de los que gusta comer y formar parte del ambiente que rodea el evento, como mismo lo hace todo el personal de apoyo. El traductor debe participar del manjar y transmitir lo agradable que ello significa como parte cultural de su lengua materna. Pero es cierto, también, que debe buscar alimentos que pueda masticar fácilmente con solo un lado de la boca y, por supuesto, comer en pocas cantidades para poder hablar de forma fluida en cualquier momento que se le solicite.

En aquel momento no lo hice, opté por la formula tradicional, pero como dije en el comienzo: la experiencia solo la da el tiempo. Con ello quisiera ayudar a otros que podrían verse en una situación similar.

Un consejo para aprender inglés



Muchas veces he tenido que dar respuesta esa pregunta al llegar a un salón de clases o, simplemente, al conversar con un amigo o conocido que no encuentra la forma ni al profesor que le enseñe inglés como él desearía.

Existen muchos métodos y metodologías para enseñar idiomas, pero todas coinciden en la disposición, en primer lugar, del estudiante para aprender. El estudiante debe encontrarse muy motivado (o con una gran necesidad que lo motive) para abrirse paso al conocimiento del inglés.

Lo primero que les digo a mis estudiantes es que traten de encontrar la necesidad del por qué deciden aprender idioma. Para ello lo primero es preguntarse sobre en qué campo o medio va a desarrollar el idioma aprendido. Por ejemplo, las clases de inglés no serían iguales para estudiantes de turismo que para los de medicina. De modo, que el estudiante debe identificar sus necesidades comunicativas.

Otra sugerencia que siempre doy es la identificación de su vocabulario personal. Ninguna persona habla igual a la otra. A pesar de que generalmente usemos palabras del mismo sistema lingüístico, la forma de usarla es diferente debido a un grupo de variables culturales, de instrucción y educación. Por lo tanto, identificando el vocabulario propio, el estudiante podrá lograr fórmulas comunicativas que al agregarse las ya establecidas en su lengua materna les serían más fáciles de recordar.

En el caso anterior la sugerencia sería no dejar escapar ninguna palabra. Anotar las palabras que durante un viaje en autobús, en el carro, sentado en una clase… en fin, palabras que en cualquier momento le vengan a la mente y su significado sea de interés para su motivación comunicativa. Al llegar a la casa buscaría su equivalente en un diccionario, o en clase le preguntaría al profesor y la pondría en práctica al comentársela a otro estudiante sumándola al vocabulario activo.

Se sabe que para hablar el inglés con fluidez, se requiere un vocabulario activo de al menos 3 mil palabras.